Algo pasó.
El teléfono sonó
alrededor de las doce del mediodía, despertándome así del mejor sueño que tuve
en años. De repente, todo lo que veía había recobrado su color, el aire a mi
alrededor permanecía recordándome el aroma de Carolina, mi hermano durmiendo me
transmitía una sensación de paz y tranquilidad extraordinaria.
Todo era
maravilloso, hasta que, al llegar a la cocina, atiendo al teléfono y recibo la
noticia menos esperada: me habían llamado de la cárcel en donde estaba mi madre
para avisarme que había muerto…
Fui corriendo
hasta la casa de Doña Rosita para ver a Carolina y pedirle por favor que cuide
a Matías un par de horas hasta que yo volviera. Me preguntó si todo estaba bien,
no le dije nada. Se dio cuenta de que me pasaba algo y me abrazó ben fuerte,
sin importarle el distanciamiento social. Le di las llaves de casa y mi numero
para que me llame si sucedía algo, y me fui.
Como no había
colectivos, ni conocía a nadie con auto que me pueda llevar, no me quedó otra opción
que parar a un taxi en la calle y pedirle que me lleve hasta la comisaría.
El taxista conducía
muy lento, por lo que habré demorado media hora en llegar hasta mi destino. Le
pagué a mi chofer y, secándome las lágrimas, entré a la comisaría. La primera
persona que me vio al entrar fue Jere, quien no tardó ni un segundo en
acercarse a mi para darme su pésame. Le pregunté qué había pasado, si se había
quitado la vida ella misma o alguna otra presa a la que no le cayó muy bien. Me
respondió que la pregunta no era quién la había matado, sino qué. Al parecer la
encontraron esa mañana en su celda, sin señales de vida, ni marcas que indiquen
que alguien le había hecho eso. Por lo tanto, asumieron que ella debía haber
estado enferma desde antes de llegar ahí, alguna enfermedad terminal. En ese
momento me acordé de la llamada al Doctor Ricardo Castro, el especialista en cancerología.
Le conté a Jere acerca de mis sospechas de la enfermedad de mi mamá y me
contestó que era lo que los guardias habían supuesto, pero que se la habían
llevado para hacerle una autopsia y poder estar seguros de cual había sido la
causa.
Yo estaba
destrozado, y Jere lo había notado, él me entendía muy bien porque su madre también
murió cuando él era joven. Así que me abrazó y me ofreció un café, a lo que no
me negué porque había ido hasta ahí sin desayunar.
Mientras tomaba
mi café y miraba las tostadas sin apetito, Jere me contaba cuales eran los
pasos que seguían en estos casos, pues yo nunca había vivido la muerte de cerca
hasta ese momento y al parecer yo debía encargarme de todo porque mi papá, o
mejor dicho mi tío Miguel, seguía sin aparecer. Tuve un momento de lucidez y creí
entenderlo todo. No puede ser que hasta ese momento no me había dado cuenta de
quien había sido la persona de cuyo homicidio acusaban a mi madre. Así que le
pregunté a Jere al respecto.
- Pensé que ya
estabas al tanto de toda la situación. Me sorprende que nadie te lo haya dicho
-me respondió Jere. –
- ¿Decirme qué? –
le pregunté confundido. –
- El día que recibimos
la llamada de tus vecinos, preocupados porque no había nadie en la casa desde hacia
un tiempo y les pareció muy raro que nadie sepa a donde se habían ido todos, y
más extraño que hayan dejado en la casa de una vecina al más joven de la
familia, decidimos hacerles una visita para comprobar que no estuviera pasando
nada malo. Y, lo que te voy a decir quizá sea difícil de oír, y mas ahora que te
acabas de enterar que tu mamá está muerta… - lo interrumpí bruscamente.-
- Ya, Jeremías,
dime lo que pasó. No quiero más mentiras.
- Esta bien,
trataré de ser lo mas suave posible.
Como vimos que
nadie respondía, y los perros ladraban mucho, decidimos entrar por el patio de
la casa y ver si había alguna señal de que alguien había entrado o se habían
ido dejando algo a mitad de trabajo (que es lo que suele pasar cuando la causa
de la desaparición de una persona es su secuestro).Primero sacamos a los perros
de ahí y se los dejamos al cuidado de
una joven que se ofreció a hacerse cargo el tiempo que hiciera falta.
- ¿Cómo? –
pregunté confundido. Al parecer Carolina no era la excepción a la regla de que
todos los humanos mienten.-
- Así como te
digo, una chica de pelo castaño y ojos azules se quedó con los perros y se los
llevó a su casa, al menos eso nos dijo. Luego de eso, uno de los policías que estábamos
ahí, notó que salía un olor asqueroso de la parte trasera de la pileta. Entonces,
sacamos una pala del armario que hay en el fondo y cavamos en el lugar de donde
provenía ese olor putrefacto, y sacamos un cuerpo que estaba envuelto en un plástico
negro, idéntico al que usaban para cubrir su piscina.
- Ya no tengo
ganas de seguir tomando el café. Pero, dime ¿De quién era el cuerpo? – dije para
ver de una vez si lo que estaba pensando era cierto o no.-
- El cuerpo era…
era de… El cuerpo era de tu padre, Miguel. O, debería decir de tu tío.
Me quedé en silencio
por un rato. Jere me miraba y me decía que lo sentía mucho. Después de un
tiempo, contuve las ganas de llorar y le dije:
- Entonces, yo estaba
en lo cierto… La razón por la que Miguel no había vuelto a casa todavía era
porque estaba muerto. Pero aun, era porque mi madre lo había matado. Pero ¿Cómo
puedo asimilar todo esto en un solo día? – dije, al borde de colapsar.-
- No te
preocupes, Fer. Tu mismo me lo dijiste ayer, ahora todo parece muy complicado y
difícil de resolver, pero ya vas a ver qué rápido se soluciona todo. Recuerda
que después de la tormenta viene el arcoíris.
- Tienes razón.
Voy a intentar mantener el control. Por mi hermano. Pero, antes necesito
despedirme de Miguel. ¿Sabes dónde enterraron su cuerpo?
- Si me esperas acá
en cinco minutos voy y te lo averiguo. – me respondió muy amablemente Fer.-
A los cinco
minutos, ni un segundo más, Fer volvió con la dirección del cementerio anotada
en un papelito.
Estaba a punto
de ir al cementerio, cuando Jere me dice que pase por la entrada para retirar
las pertenencias que le habían retenido a mi mama cuando la encerraron. Me
dieron una bolsita con su ropa, su collar y el reloj que le había regalado Miguel
cuando cumplieron diez años de casados.
Ya en el
cementerio, busqué la lapida en la que decía el nombre de Miguel (se me
complicaba no decirle papá). Cuando por fin la encontré, me tiré sobre el césped,
apoyando mi cabeza sobre la bolsa con las pertenencias de mi mamá. y lloré. Lloré
como un niño. Yo no era de llorar, nunca. Pero ese hombre, aunque los genes no
digan lo mismo, fue mi padre, y nunca nada va a cambiar eso. Él me proporcionó
todo lo que había necesitado hasta ese momento de mi vida. Él fue el que me
enseñó a andar en bicicleta cuando era un niño, y a afeitarme cuando fui un
adolescente. Él me había cuidado, alimentado y soportado cada día que yo estaba
de malhumor y me desquitaba con las únicas personas que querían lo mejor para mí.
Y ahora estaba muerto… Ya no había nada que hacer, solo recordarlo con amor, y
honrarlo con mi vida.
Cuando dejé de
llorar y estaba más calmado, levanté mi cabeza de la bolsa que me dieron en la cárcel,
y noté que algo salía del bolsillo del pantalón de mi madre. En ese mismo
lugar, sin moverme de ahí, abrí la bolsa y saqué todo lo que había dentro para
revisarlo. Lo que había en el bolsillo del pantalón era una carta, escrita por
mi mamá dos días antes de morir. Me imagino que habrá pensado que no iba a
salir con vida de manos de su secuestrador y vio el modo de que sus secretos no
mueran con ella, y lo hizo con una carta, la misma que tenia entre mis manos en
ese momento.

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