Libre, por fin.
Después de unos
cuantos minutos, Jere volvió a donde yo estaba con un montón de papeles para
que yo firme y me pueda dejar libre, por fin. Me demoré alrededor de media hora
en completar todos los espacios en blanco y firmar en cada sitio donde Jere me había
dejado una cruz para que lo hiciera. Eran un total de 16 hojas.
Luego de
completar y firmar las 16 hojas, se las di a Jere y nos despedimos. Me dijo que
si alguna vez quiero hablar con él ya sabia dónde encontrarlo y que no dude en hacerlo.
Esas palabras, sumadas al abrazos que me dio, fueron lo mas reconfortante y
consolador que podía recibir en ese momento.
En el momento en
que me despido de Jere y salgo de su oficina, algo muy extraño sucedió. Vi a mi
hermano al final del pasillo llorando. Me acerqué a él para preguntarle qué
pasaba que no dejaba de llorar. Me abrazó fuerte y, entre llantos, me dijo que
a mamá se la estaban llevando unos policías y no lo dejaron saludarla. Le dije
que quizá no lo dejaron acercarse porque todavía tenían que hablar con ella
como lo hicieron conmigo, pero me pareció muy extraño que diga que se la estaban
llevando, me hacia imaginarlo como algo malo, pero no se me ocurría una razón por
la que los policías tengan que llevarse a mi mama de esa manera. Le dije a Mati
que se quede sentado ahí y que yo volvería dentro de poco. Entonces, me dirigí hacia
la entrada de la comisaria para hablar con los guardias que controlaban la
entrada y la salida de cada persona, pues supuse que ellos tendrían alguna información
que me sea útil. Les pregunté por Soledad Mariana Luján (el nombre completo de
mi madre), y, sorprendentemente, me dijeron a dónde se la habían llevado sin
preguntarme nada. Casi me desmayo cuando me dijeron que la habían detenido porque
estaba acusada de cometer un asesinato en primer grado. ¿Mi propia madre? ¿Asesina?
Lo primero que se me vino a la mente fue que quizá intentó tomar venganza con
Fernando por todo el daño que nos había hecho, así que les pregunté a los
guardias si podía visitar a un preso; me dijeron que eso dependía de a cuál
preso quería visitar. Les dije que quería hablar con Fernando Romero, y, seguidamente
de eso, me preguntaron cuál era mi relación con ese hombre. Supongo que fue un
tipo de vergüenza, o no se qué, pero les dije que era un amigo suyo, y me dijeron
en qué celda estaba. Quizá mi mamá lo mató aquí dentro, y esos guardias no se habían
enterado aún. Me negaba a aceptar que ese hombre siguiera vivo porque quería creer
que si mi madre estaba presa había sido por matarlo a él y no a nadie más. Pero
necesitaba estar seguro, así que fui directo hasta la celda donde me dijeron
que podía encontrarlo, y ahí lo vi. Estaba acostado en el suelo, sucio y sin
poder salir, exactamente como estuvimos mi madre y yo. Parte de mi quería
escupirle y desearle el peor de los castigos, pero otra parte de mi me
recordaba que ese hombre era mi padre, y no podía hacerle eso a mi propio
padre, no me habían educado de esa forma.
Me fui sin
decirle nada, sin siquiera mirarlo a los ojos y transmitirle con mi mirada lo
mal que me había hecho sentir. No sé si es lo correcto, pero sé que es mejor a
haberle dicho o hecho cosas de las que quizá me termine arrepintiendo.
Para bien o para
mal, Fernando estaba vivo. Por lo tanto, eso quería decir que no había sido a él
a quien había matado mi madre. Pero, ¿Entonces, a quién mató?
Intenté que me
dejen pasar a hablar con ella, pero todos me decían lo mismo, “que era muy
pronto para recibir visitas”. Entonces, fui a la entrada de la comisaria a
buscar a Mati y lo llevé de nuevo a casa.
Apenas llegamos,
mi hermano se fue a su cuarto a dormir porque no había podido descansar bien la
ultima noche en la comisaria, y yo me quedé a su lado para asegurarme de que
duerma bien y nada malo le pase. Comenzaba a sentir una especie de instinto
paterno por ese chico.
Cuando ya se había
dormido, me fui a la cocina a ver si quedaba algo en la heladera que no haya
vencido aun, y, adivinen qué, no había nada. Tenia que ir a comprar algo para
comer porque Mati se iba a levantar en algún momento e iba a estar hambriento, pero
no podía dejarlo solo. Así que busqué el teléfono de Doña Rosita y la llamé
para pedirle si se podía quedar un momento con Mati mientras yo iba a comprar comida.
Me contestó que ella no podía salir porque se había golpeado la rodilla, pero me
ofreció hacernos la comida y enviarla con su nieta, que se estaba quedando en
su casa a pasar la cuarentena. Yo le dije que no era necesario, pero insistió y
no pude negarme.
Puse algo de música
para distraerme y publiqué una historia en Instagram para contarles a mis
amigos que ya estaba en casa, a lo que muchos me respondieron en burla que
ellos nunca habían salido, y otros se alegraban de que yo estuviera bien. Al
cabo de unos cuarenta minutos, suena el
timbre de casa y voy a atender. Cuando vi quién era la nieta de Doña Rosita no podía
creerlo. Era la misma chica de ojos azules que había visto en la ferretería
cuando fui a comprar la cola de carpintero. Me invadió la sensación de tener
mariposas en el estómagos, era eso o el hambre que tenia porque ya eran las
diez de la noche y yo no había comido nada en todo el día. La invité a pasar y
nos saludamos con el codo (maldito coronavirus, yo quería besarla, aunque sea
en el cachete). Puse a calentar la lasaña que nos había enviado Doña Rosita y,
mientras se calentaba, nos pusimos a charlar un poco. Me dijo que su nombre era
Carolina y que tenía 20 años, al igual que yo. Podía sentir la química que había
entre los dos, y me di cuenta de que yo también le agradaba a ella.
En un momento de
la conversación ella me dice:
- Ah, cierto. Seguro
ya te diste cuenta de que tus poodles no están en el patio (recién ahí me acordé
de los perros), y espero que no te moleste, pero como había escuchado que no había
nadie con ellos para cuidarlos, le pedí permiso a mi abuela para meterme a su
patio a buscarlos y alimentarlos. Lamentablemente, cuando yo llegué ya estaban
en un estado de desnutrición y casi no se movían, pero los llevamos al
veterinario y ya están un poco mejor. Aunque mi abuela no esta del todo bien, ya
que por su culpa se tropezó el otro día y se lastimó la rodilla, pero supongo
que eso ya te lo dijo ella.
- No puedo creer
que hicieras eso – le respondí-.
- Lo siento
mucho, no debería haberme metido a su patio.
- No me refiero
a eso. Me refiero a cuidar de mis perros. Nunca vi a nadie que se atreva a
meterse a otra casa para alimentar a unos perros, y además llevarlos al
veterinario y cuidarlos hasta que se mejore. De verdad no sé cómo devolverte el
favor. Estoy muy agradecido contigo y apuesto que esos poodles también lo están.
- No es nada, en
serio. – se notaba que estaba algo nerviosa y se comenzó a sonrojar- No tienes
que agradecerme nada - me dijo -
- Claro que sí. Sé
que la comida no la preparé yo, pero si te quedas a comer puedo llamar a un delivery
y pedirle que nos traiga helado. Incluso puedes quedarte a dormir, hay una habitación
para visitas con una cama que nadie usa.
- Humm, tendría que
pedirle permiso a mi abuela para eso – dijo ella -.
- Pues, aquí tienes
mi celular. Puedes usarlo para llamarla.
- Está bien –
dijo entre risas -.
Después de que hizo
la llamada y su abuela le dio permiso para quedarse hasta el día siguiente, con
la condición de volver a las 10 de la mañana, fui a despertar a mi hermano para
comer. Le presenté a Carolina y quedó encantado de inmediato. Durante toda la
cena, él no paraba de hablarle y contarle de su abuelo Jorge, que había sido
profesor de biología, y todas las cosas que le había enseñado. Ella le dijo que,
si le gustaba mucho el tema, ella podía enseñarle mas cosas porque estaba
estudiando justamente eso.
Fue la mejor
cena que tuve en mucho tiempo. Comida rica, una chica linda e inteligente, mi
hermano no estaba llorando, para variar. Después de comer, llegó el delivery
con el pote de tres kilos que había pedido por teléfono, y nos acostamos en la
cama de mis papás para ver una serie nueva que había salido y Caro tenia muchas
ganas de ver. Matías fue el primero en dormirse, y yo me dormí después de él, dejándola
a Carolina viendo sola la serie. Obviamente, cuando ella se dio cuenta,
nosotros dos ya nos habíamos dormido.
Estábamos tan
agotados, que cuando llegó la hora en que Caro tenia que volver a la casa de su
abuela, mi hermano y yo seguíamos durmiente. Aunque eso no fue un impedimento
para que yo sienta el beso que dejó en mi cachete al irse…

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